Un traumatismo facial implica tanto las fracturas de los tejidos blandos de la cara como, por ejemplo, las quemaduras, laceraciones y contusiones como también las de los tejidos duros, como las fracturas en la mandíbula o maxilar, en los malares o sobre el arco cigomático, en la nariz, en las órbitas de los ojos y en los dientes.
En la población infantil, el traumatismo facial más frecuente suele ser la fractura en la nariz, en el hueso malar y mandibular y las heridas en la piel. En cambio, en los adultos los traumatismos faciales acostumbran a ser más severos, normalmente causados por accidentes de tráfico o deportivos y por agresiones. Así, en estos casos se pueden presentar fracturas aisladas en cualquier parte de la estructura facial o lo que se conoce por un traumatismo panfacial, que afecta a varios o todos los huesos de la cara y que, por ello se considera el traumatismo facial más grave de todos.