La evolución humana ha estado marcada por cambios significativos en la alimentación, la anatomía y el lenguaje. Uno de los efectos menos evidentes, pero de gran impacto, ha sido la relación entre la transición a una dieta más blanda, el desarrollo de la sobremordida y la aparición de nuevos sonidos en las lenguas humanas.
Gracias a la llegada de la agricultura y el consumo de alimentos más blandos, nuestros antepasados desarrollaron una sobremordida… y, como efecto secundario, empezaron a pronunciar sonidos como la "f" y la "v" con mayor facilidad.
¿Qué tiene que ver la comida con el lenguaje?
Para entenderlo, tenemos que remontarnos a la época en la que los humanos vivían como cazadores-recolectores. En aquel entonces, la alimentación era muy diferente: carne dura, raíces fibrosas, frutos secos… Todo requería una buena dosis de masticación. Esta actividad ejercía una gran presión sobre la mandíbula en crecimiento, lo que hacía que se desarrollara más grande y fuerte. Como resultado, los dientes superiores e inferiores se alineaban directamente en un contacto de borde a borde.
Sin embargo, cuando nuestros ancestros comenzaron a cultivar y a procesar los alimentos—molían granos para hacer harina, cocinaban más los alimentos y dependían menos de los crudos—sus mandíbulas dejaron de recibir tanta presión. Esto llevó a que conservaran una ligera sobremordida, una característica que en los niños es normal, pero que antes desaparecía en la adultez.
Este cambio estructural en la boca tuvo una consecuencia inesperada: facilitó la pronunciación de los sonidos labiodentales, es decir, aquellos que se producen al apoyar los dientes superiores sobre el labio inferior, como la "f" y la "v".
¿Cómo lo sabemos?
Un grupo de investigadores decidió poner a prueba esta teoría. Primero, usaron modelos computacionales para ver si una sobremordida realmente facilitaba la pronunciación de los labiodentales. El resultado fue claro: con una sobremordida, hacer estos sonidos requería un 29% menos de esfuerzo.
Después, analizaron cientos de idiomas alrededor del mundo y encontraron que las lenguas de cazadores-recolectores tenían solo una cuarta parte de los labiodentales que las lenguas agrícolas. Finalmente, estudiaron cómo estas consonantes se expandieron con el tiempo y concluyeron que su propagación coincidía con la difusión de la agricultura y el procesamiento de alimentos.
¿Hablar bien, pero con dientes apiñados?
Pero no todo fue positivo. Si bien ganamos sonidos nuevos, nuestra nueva estructura mandibular nos trajo algunos problemas. Al tener mandíbulas más pequeñas, muchos humanos comenzaron a experimentar problemas dentales como apiñamiento, caries y muelas del juicio impactadas.
Es decir, nuestra capacidad para decir palabras con “f” y “v” nos costó algo: bocas más estrechas y más visitas al dentista.
Este estudio demuestra algo fascinante: la forma en la que vivimos influye en nuestra biología, y eso, a su vez, impacta nuestra forma de hablar. Lo que comemos, cómo usamos nuestra boca y los cambios culturales siguen moldeando los idiomas que hablamos hoy, demostrando que el lenguaje es un fenómeno dinámico que sigue evolucionando con el tiempo.
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