Podríamos denominar deformidades maxilofaciales a un buen número de alteraciones que se caracterizan por involucrar a distintos elementos del esqueleto facial. De una manera genérica, éstas se dividen en dos grandes grupos: congénitas y adquiridas.
En el grupo de las congénitas, tendríamos aquellas alteraciones que ya están presentes en el individuo en el momento del nacimiento. La más frecuente en este primer grupo es la llamada fisura labiopalatina, provocada por la fusión incompleta de las dos hemimaxilas y hemilabios durante el desarrollo intrauterino. Otras menos frecuentes pero dignas de mención, serian las llamadas disostosis craneofaciales, provocadas por la fusión prematura de diversas estructuras del esqueleto craneofacial. Entre estas vale la pena destacar por su frecuencia a los síndromes de Crouzon y de Apert.
En el apartado de las deformidades maxilofaciales adquiridas, podemos distinguir cuatro grupos diferentes en función de sus causas:
Las deformidades como consecuencia de traumatismos faciales, son alteraciones que aparecen en un momento determinado de la biografía del individuo. Este tipo de alteraciones han disminuido en frecuencia en Occidente, gracias al uso obligatorio del casco y del cinturón de seguridad.
Las de origen tumoral. Distintos tipos de neoplasias condicionan patrones malformativos variados, y la cirugía demolitiva asociada al tratamiento de muchos de estos tumores aún provoca ulteriores malformaciones cuya reconstrucción se recoge bajo el epígrafe de cirugía reconstructiva maxilofacial.
Las llamadas Anomalías del Desarrollo, provocadas por el desarrollo insuficiente o excesivo de uno o varios elementos del esqueleto facial. Esta alteración del esqueleto se instaura durante la infancia, y se acentúa durante todo el periodo en que persiste crecimiento craneofacial (18-20 años en función del sexo). La disarmonía en el crecimiento de las partes esqueléticas durante el desarrollo condiciona discrepancias óseas cada vez mayores provocadas por el hecho de que una parte del esqueleto sufre un exceso o déficit de crecimiento, mientras el resto sufren un desarrollo normal. Cuando estas anomalías del desarrollo afectan a maxilar y/o mandíbula, es fácil deducir que la alteración facial más o menos importante irá acompañada de una alteración oclusal.
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Finalmente contemplamos un pequeño grupo de deformidades maxilofaciales adquiridas provocadas por la atrofia de los maxilares por edentulismo. La pérdida precoz de piezas provoca a medio plazo una atrofia progresiva de las bases esqueléticas –fundamentalmente del maxilar-, que eventualmente condiciona también una alteración en la armonía facial.
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Haciendo una valoración retrospectiva de los pacientes con algún tipo de alteración esquelética facial que se han tratado en nuestro Instituto durante los últimos 20 años, es posible distinguir dos tipos o perfiles de paciente en función del hecho que en primer lugar motiva la consulta:
El paciente típico del primer grupo, es aquel que acude directamente a nuestro Centro buscando la corrección estética de un problema que el propio paciente o alguien de su entorno ha valorado como “esquelético”o “dependiente de los huesos”. Son pacientes insatisfechos con su aspecto facial. En la entrevista con estos pacientes aparecen expresiones como: “mi mentón se ve demasiado”, “mi nariz es demasiado grande”, mi aspecto facial está envejecido”, o típicamente “no me gusta mi cara pero no encuentro donde esté el problema”.
El paciente tipo del segundo grupo, es referido por el especialista en ortodoncia al que ha acudido para intentar solucionar aquello que para muchos de ellos pacientes es el único aspecto mejorable de su deformidad: la oclusión. La entrevista por parte del ortodoncista acaba poniendo sobre la mesa la idea de que esa alteración de la oclusión no depende solo de la posición de los dientes sino también de una alteración de los maxilares, y por tanto es tributaria de un tratamiento ortodóncico-quirúrgico. Esta entrevista además en un buen numero de casos descubre al paciente el hecho de que esa alteración de los maxilares además de provocar la maloclusión provoca una alteración estética a distintos niveles que también podrá ser corregida.
En uno y otro caso, es esencial una entrevista meticulosa en la que el paciente exprese todas sus preocupaciones o señale qué elementos de su aspecto facial le gustaría cambiar si fuera posible. Existen por supuesto pacientes en los que la normalización de la oclusión es la única preocupación, pero incluso en estos pacientes se puede conseguir, mediante la cirugía ortofacial, la optimización de objetivos estéticos a la par que oclusales.