Deformidades Maxilofaciales

Podríamos denominar deformidades maxilofaciales, a un buen número de alteraciones estructurales, que se caracterizan por involucrar a distintos elementos del esqueleto facial. De una manera genérica, podemos dividirlas en dos grandes grupos: congénitas y adquiridas. En el grupo de las congénitas, tendríamos aquellas alteraciones que ya estás presentes en el individuo en el momento del nacimiento. La más frecuente en este primer grupo es la llamada fisura labiopalatina, provocada por la fusión incompleta de las dos hemimaxilas y hemilabios durante el desarrollo intrauterino. Otras menos frecuentes pero dignas de mención, serian las llamadas disostosis craneofaciales, provocadas por la fusión prematura de diversas estructuras del esqueleto craneofacial. Entre estas vale la pena destacar por su frecuencia a los síndromes de Crouzon y de Apert.

En el apartado de las deformidades maxilofaciales adquiridas, podemos distinguir cuatro grupos diferentes en función de su etiología. Las deformidades como consecuencia de traumatismos faciales, son alteraciones que aparecen en un momento determinado de la biografía del individuo. Este tipo de alteraciones han disminuido en frecuencia en Occidente, gracias al uso obligatorio del casco y del cinturón de seguridad. El segundo grupo de deformidades adquiridas, serían las de origen tumoral. Distintos tipos de neoplasias, condicionan patrones malformativos variados, y la cirugía demolitiva asociada necesariamente al tratamiento de muchos de estos tumores, aún provoca ulteriores malformaciones cuya reconstrucción se recoge bajo el epígrafe de cirugía reconstructiva maxilofacial.

El tercer grupo de las deformidades maxilofaciales adquiridas lo integran las llamadas Anomalías del Desarrollo. Están provocadas por el desarrollo insuficiente o excesivo de uno o varios elementos del esqueleto facial. Esta alteración del esqueleto se instaura durante la infancia, y se acentúa durante todo el periodo en que persiste crecimiento craneofacial (18-20 años en función del sexo) (Behrents 1985). La disarmonía en el crecimiento de las partes esqueléticas durante el desarrollo condiciona discrepancias óseas cada vez mayores provocadas por el hecho de que una parte del esqueleto sufre un exceso o déficit de crecimiento, mientras el resto sufren un desarrollo normal. Cuando estas anomalías del desarrollo afectan a maxilar y/o mandíbula, es fácil deducir, que la alteración facial más o menos importante irá acompañada de una alteración oclusal.

Finalmente contemplamos un pequeño grupo de deformidades maxilofaciales adquiridas, provocadas por la atrofia de los maxilares secundaria al edentulismo. La pérdida precoz de piezas provoca a medio plazo y como consecuencia de la ley de Wolf (Del Rio y col 2001) una atrofia progresiva de las bases esqueléticas –fundamentalmente del maxilar-, que eventualmente condiciona también una alteración en la armonía facial.

Las deformidades congénitas, traumáticas y tumorales y el manejo de las mismas escapan del objetivo de esta obra. En el capítulo que nos ocupa, nos centraremos en los dos últimos grupos de deformidades adquiridas: las anomalías del desarrollo, y las alteraciones por atrofia o secundarias al edentulismo.

Según Kiyak (Kiyak 1981, Kiyak 1991), “el deseo de mejoría estética es citado como principal motivo de consulta en los pacientes con deformidades dentofaciales”.

Haciendo una valoración retrospectiva de los más de 800 pacientes con algún tipo de alteración esquelética facial que se han tratado en nuestro Instituto de Cirugía Maxilofacial durante los últimos 10 años, es posible distinguir dos tipos o perfiles de paciente en función precisamente del hecho que en primer lugar motiva la consulta.

El paciente típico del primer grupo, es aquel que acude directamente a nuestro Centro buscando la corrección estética de un problema que el propio paciente o alguien de su entorno ha valorado como “esquelético”o “dependiente de los huesos”. Son pacientes insatisfechos con su aspecto facial. En la entrevista con estos pacientes aparecen expresiones como: “mi mentón se ve demasiado”, “mi nariz es demasiado grande”, mi aspecto facial está envejecido”, o típicamente “no me gusta mi cara pero no encuentro donde esté el problema” (Lazaridou-Terzoudi 2003).

El paciente tipo del segundo grupo, es referido por el especialista en ortodoncia al que ha acudido para intentar solucionar aquello que para muchos de ellos pacientes es el único aspecto mejorable de su deformidad: la oclusión. La entrevista por parte del ortodoncista acaba poniendo sobre la mesa, la idea de que esa alteración de la oclusión no depende solo de la posición de los dientes sino también de una alteración de los maxilares, y por tanto es tributaria de un tratamiento ortodóncico-quirúrgico. Esta entrevista además en un buen numero de casos descubre al paciente el hecho de que esa alteración de los maxilares además de provocar la maloclusión provoca una alteración estética a distintos niveles que también podrá ser corregida.

En uno y otro caso, es esencial una entrevista meticulosa en la que el paciente exprese todas sus preocupaciones o señale qué elementos de su aspecto facial le gustaría cambiar si fuera posible.

Existen por supuesto pacientes en los que la normalización dento-oclusal es la única preocupación. Incluso en estos pacientes, si dicha normalización precisa un tratamiento combinado de ortodoncia y cirugía de los maxilares, el diseño de esta última puede realizarse para conseguir la optimización de objetivos estéticos a la par que oclusales.

Como señalo Jacobson (Jacobson y col 1960, Jacobson et al 1985), cuando la cara de un paciente se desvía excesivamente de la norma, puede acabar estigmatizando a la persona y haciéndola menos aceptable para la sociedad.

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